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Reflexiones_3

No me preguntes ni la razón ni el por que… yacía Jesús «El Divino Rabi» empotrado en la cruz, el dolor en todo su cuerpo era inmensurable pero aun mas grande era el dolor de su alma. El viento le refrescaba. Se sintió solo y también impotente como tu te has sentido muchas veces. Repentinamente salieron sollozos que se convirtieron en llanto mas tarde en furia estallando su voz con un grito que decía: «Elí, Elí por que me has abandonado? alguien que le escuchaba dijo; «Miren llama a Elías el profeta!

Si, era al profeta. Llamaba a Juan que era el mismo. Al que llamaban «el Bautista». el que bautizaba no había muerto, sobrevivió, era una farsa que habían acallado su voz con el filo de la espada en su garganta.

Por sus propias venas corría la sangre de su Maestro y hasta los mismos genes. Se sentía tan solo, tan desamparado. En su mente era indigno de su Maestro, estaba allí por sus errores, el mismo había creado esa realidad.

Sigue llorando, la barbilla toca su pecho, gemía como un niño totalmente desconsolado. Sus lágrimas y el dolor no le dejaban ver. Mientras una lágrima deja de nublar su visión, aparece el rostro del Maestro, era Juan! estaba allí ataviado para que no le conocieran empañándolo en su prueba colocando su propia vida en peligro.

El «Maestro de Maestros». Juan, se hacia pasar por uno de los discípulos cambiando su aspecto. Quién podría olvidar aquellos ojos oscuros del Maestro Juan? tan intensos, tan llenos de luz, que encerraban universos? Quien podría olvidar su cabellera de azabaches rizos? Jesús contempla a su Maestro, no siente su cuerpo no hay dolor alguno a pesar del suplicio.

Estaba allí el de su misma sangre, habiendo sido criados juntos ya que la madre de Juan por su edad avanzada había muerto, tomando María a Juan como a su propio hijo.

El Maestro era su hermano, su padre, su confidente. El entrañable amor de sangre y espíritu era inmenso! Por la grata sorpresa en medio del dolor casi no se percata de la presencia de María su Madre y Maestra al lado de Juan su hermano y Maestro, el rabí se enternece.

Cuanto no daría por estar allí abajo y abrazarlos.

El Maestro de Maestros lo mira y con la luz magnética de su mirada le da fuerza. es cuando el hijo de José contemplándolos rememora en una centella los episodios de su niñez y las enseñanzas de sus dos Maestros.

Y sólo puede decir: «Mujer he ahí a tu hijo, hijo he ahí a tu Madre».

Rosur

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