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La Biblioteca y sus Moradores.

Cuando lee elige el papel y no la pantalla de la computadora. Y tiene allí su mejor amiga que es, a su vez, lectora insaciable.

“Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca”. Es lo que Borges,
el escritor, el eterno y estropeado candidato al nobel de literatura, acostumbraba a
decir en respuesta no solo a su pasión obsesiva, desenfrenada, por los libros, si
no, complementariamente, al apego que desde niño profesó por las bibliotecas (su
primer encuentro en casa con la biblioteca personal de su padre). Esa especie de
cubierto anfiteatro en que las estanterías o los anaqueles (por utilizar una palabra
por la que sentía especial predilección) ordenan y, alternativamente, custodian los
secretos de ficciones, pensamientos, geografías, bodrios, atlas, ecuaciones, leyes,
recetarios, biografías, cartas y mundos.

Ese paraíso, que a diferencia del ejercicio de la literatura no es exclusivo ni
excluyente (la vocación literaria sí que lo es: Vargas Llosa) es también para
muchos en Bogotá punto de encuentro y morada: “Es casi mi primer hogar”,
asegura la protagonista de esta historia. Borges hubiera podido afirmar lo mismo
(que las bibliotecas fueron su mejor hogar) pero en circunstancias más favorables
y harto distintas: sin el hosco ingrediente de la intolerable adversidad.
Dayana Ramírez hoy tiene 15 años (casi 16). Desde los siete asiste a la biblioteca
pública del barrio la Victoria, enquistada en el Sur (el invasivo Sur) de Bogotá. Otro
rasgo que la hermana con el célebre urdidor argentino de ficciones: ¡el Sur!
Biblored es el mote que recibe la red de bibliotecas públicas de la capital del país.
La de Dayana (porque es de ella) es solo una (no una mas) dentro del tejido. Y la
más grande y seria edificación cultural en su entorno. Aquellos visitantes
frecuentes que como ella acuden a la biblioteca son mi familia, nos asegura. ¿Qué
hacen? Participar de los talleres de danza, de pintura y agricultura, de los cafés
literarios.

Desde las 12 del mediodía -después de su jornada de estudios- hasta la 5 de la
tarde (casi el ocaso) Dayana no sale del anfiteatro local. Estudiar y leer no es lo
único que realiza: ¡también ayudo a organizar los estantes! Es comedida, como
pocos. Cuando lee elige el papel y no la pantalla de la computadora. Y tiene allí su
mejor amiga que es, a su vez, lectora insaciable. Se trata de Nicole Alexandra
Hernández, que cuenta con escasos 10 de nacida. Pese a que sus gustos
literarios no se parecen (Nicole prefiere la poesía o a Gabo mientras que la otra se
inclina por la literatura urbana o juvenil) su amistad, alimentada por una pasión
común, es sólida y circunstancial: coincidieron las dos a la misma hora en la
misma biblioteca. Tres cosas afianzan esa amistad: la ausencia de sus viejos (victimas interminables del compromiso laboral), la frecuencia con que se ven
(cinco tardes por semana) y la misma suma en años tras haberse conocido.
Dayana escribe, naturalmente. Tiene su cuaderno garrapateado y un blog de
problemática juvenil donde imparte consejos a sus lectores. Bulimia y depresión,
las temáticas que aborda. Así ayuda a la gente que, según ella, busca sus
lecciones desde la plataforma virtual. ¡Y se lo agradecen! Nicole y Dayana lo
adivinan, lo saben: que todo es por los libros y las personas que van allí a
frecuentarlos. Por la biblioteca y sus moradores.

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