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Psicología del Color parte 4

Tomas de cámara, interpretación de escena y final alternativo Critica de la película: Más Extraño que la Ficción. Año: 2006.

Hablemos de las tomas de cámara. Algunas, las mejores, bastante inquietantes e innovadoras. Todas indispensables. Hay dos formas de concebirlas. La primera donde se recalca, dándole un inmenso significado, la interioridad del personaje. Su lado corporal más oscuro y orgánico. Es posible que esta forma solo sea otra de las innumerables metáforas utilizadas en la película para personificar el otro hemisferio, el más concluyente, que posee en toda su capacidad el segundo lado. Esto es, la compleja profundidad psíquica del individuo. Daremos un ejemplo para distinguirlas mejor. Cuando Harold se cepilla los dientes el hecho de que la cámara muestre de adentro hacia fuera su boca, retrata muy bien este aspecto anatómico, viviente, de la interioridad. Al punto pensamos en el uso de tecnología que incorpora muy significativamente, mientras la voz narra las acciones que en repetidas oportunidades Harold retoma, siguiendo el segundo elemento de nuestra ambivalente composición. El elemento psíquico. Esta tecnología nos atrae visualmente hacia algunas líneas geométricas que prefiguran un mapa mental con números, cálculos, movimientos automáticos y repetitivos, lo mismo que uniformes. Es el equivalente a las acciones que Harold va desempeñando conforme se explican sus prácticas más frecuentes. Estas acciones vienen acompañadas por sentimientos rítmicos acordes a la explicación que se desenvuelve entre trazos vivientes. Con frecuencia nos descubren el recargado automatismo del personaje.

La escena en que la escritora se lanza al abismo desde la azotea del edificio estimula a que arriesguemos una interpretación. Esta es la mía. Ante todo, el incomprensible modo con que siempre apaga el cigarrillo: con las babas. En el filo de la azotea, hacia el final de la historia, es lo que hace. Insegura, irreverente. Jamás lo termina: como el final de una imposible novela cuyo salto al vacío es una atrayente pero candorosa elección. En cine no se producen obras maestras, de culto, sin que medie la sangre. De esta manera, termina desatendiendo todo instinto de conservación. Pero la iniciativa, ante la falta de arrobamiento, se le escapa, y el vacío consuma lo que solo a ella le fue dispensado, y que vino en la forma de hora suprema, de abismo perpendicular: dispuesto a desmoronarse en el invisible cenicero, es todo lo que se adhiere de unas circunstancias licitas aun sin depurar. Y salta desde la azotea del edificio estrellándose contra el áspero tapete de una utopía solucionada en la imaginación. Despierta y saluda a la visitante afroamericana.  

Como final es bueno, es concebible, que Harold hubiese muerto de la manera más servil y ardua. Mutilado por el aislamiento y la estupefacción. O estimulando con sus acciones a la novelista para que lo ultimara de verdad. En carne y hueso. Lo más rápidamente posible. Lo cual habría sido, a un mismo tiempo, una forma de suicidio honroso y repugnante. Sutil y desquiciado. No un crimen, un suicidio, porque sus fugitivas existencias se requieren y disminuyen de tanto en tanto cada que una sola de ellas gane en existencia, en vitalidad. Con esto sucedería que, a la novelista, se le hubiese dado tiempo suficiente para existir con el asesinato de Harold. Se diría que renace de su prolongada repulsión en el adormecimiento. Aquello perjudicial que le causaba la vida. En consecuencia, culmina el final de la novela donde el protagonista, Harold, sobrevive, saturado en su propia ficción. Y es que cuando estaba vivo ¿alguna vez dejó de serlo, una ficción? Habría, asimismo, muerto sin derramar media lágrima, o con un dolor transmutado en indiferencia y, finalmente, sin ningún rasguño en su estado ánimo. Mi final sería, pues, un final onírico. 

Fin. 

Gaél Truffaut.

Autor: Gaél Truffaut
Fuentes: StrangerThanFiction-Trailerrepelis.cc
Imagen: pixabay_8926

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