De endurecer la tierra se encargaron las piedras: pronto tuvieron alas: las piedras que volaron: las que sobrevivieron subieron el relámpago, dieron un grito en la noche, un signo de agua, una espada violeta, un meteoro. El cielo suculento no sólo tuvo nubes, no sólo espacio con olor a oxigeno, sino una piedra terrestre aquí y allá, brillando, convertida en paloma, convertida en campana, en magnitud, en viento penetrante: en fosfórica flecha, en sal del cielo. Autor Pablo Neruda