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Me embriaga tu presencia Divino Maestro, tú que vives y reinas dentro de mí, sin que yo pueda nunca huir de ti.
Tú me juzgas, pero también me consuelas, eres imparcial y resonante, porque tu origen mismo se halla en las estrellas.
¡Eres luz, luz de luz, e iluminas mi mente, mi espíritu y todo mi ser, defendiéndome así: de toda maldad, de toda querella!
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— Rosur.